viernes, 2 de noviembre de 2012

Opinión

Dos muertes, dos miradas

El sábado 30 de octubre de 2010 escribí una nota en mi Facebook (link para ver el original) sobre el fallecimiento de Kirchner y el asesinato de Mariano.

Pasó una semana entre un hecho y otro. Casualidad, paradoja, ironía del destino. Quizás no. Una semana después de que se cayera la careta del régimen, el destino quiso llevarse también al arquitecto el ciclo político vigente. Y rápidamente neófitos y creyentes hacen una clara demostración de su poder de convocatoria y de dominio territorial. La misma plaza que una semana antes también se llenó de gente, también se llenó de jóvenes y de militantes. Una semana antes se crujía el régimen neoliberal en una demostración del enfrentamiento de clases. Una semana después vuelven los cantos de sirena de la alianza de corporaciones, esta vez mucho más aggiornada en su discurso. Una semana antes moría un estudiante en una marcha proletaria alcanzado por una bala cobarde de la burocracia sindical con la complicidad del Estado que ahora terceriza hasta la represión. Una semana después moría un terrateniente multimillonario, representante de turno del régimen hegemónico, de causas naturales.

  
En estos 10 días la plaza de llenó dos veces. Es verdad, en una mucho más. También lo  ameritaba la calidad del suceso. Pocas veces muere un ex presidente joven que es líder de la facción de la elite que domina la conducción política del momento. Debemos remontarnos a Roca, Yrigoyen o Perón para encontrarnos con cuadros similares. Y al igual que cuando murieron ellos, también la elite demostró sus contradicciones y faccionalismos.

Pero no debemos renegar del carácter popular de este gran velorio presidencial. El ex presidente Kirchner logró apelar como hacía mucho tiempo no lo lograba otro líder político a esos grupos. Y lo más importante, no los movilizó solamente para ganar una elección como lo había hecho Menem con “la revolución productiva y el salariazo”.

Como escribe Sarlo en La Nación: “A fines del siglo XX nada anunciaba que la disputa por ocupar el lugar del progresismo iba a interesar nuevamente salvo a los intelectuales o a los pequeños partidos de izquierda. Kirchner introdujo una novedad que le daba también su nuevo rostro: se proclamó heredero de los ideales de los años setenta (al principio agregó "no de sus errores"). En 2003, llegó al gobierno marcado por una debilidad electoral que Menem, dañino y enconado, acentuó al retirarse del ballottage y no permitirle una victoria con mayoría en segunda vuelta. La crisis de 2001, pese al intervalo reparador de Duhalde, no estaba tan lejos en la memoria, mucho menos de la de Kirchner, que encaraba su gobierno con poco más que el veinte por ciento de los votos. Su gesto inaugural, el mismo día de la asunción, fue hundirse en la masa que lo recibía, como si ese contacto físico provocara una transferencia. Kirchner ocupaba por primera vez un lugar en la Plaza de Mayo y terminaba, junto a su familia, mirándola desde el balcón histórico; en la frente, una pequeña herida, producida en la marea de fotógrafos”.

El primer Kirchner, el de la transversalidad, la depuración de la Corte Suprema y la reactivación del debate por los Derechos Humanos ponía un antes y un después respecto de todo lo anterior. Pero principalmente de lo inmediatamente anterior. Necesitaba despegarse de la figura de Duhalde, arquitecto de la salida del default que había declarado Rodríguez Saá con ovación de pié ante la asamblea legislativa.

Era necesario “izquierdizar” el discurso peronista para diferenciarse de un Duhalde que había respondido con bala a los piqueteros aquella fatídica tarde del 26 de junio de 2002 en Avellaneda. Las muertes de Kosteky y Santillán se convertirán en el signo del final del interinato duhaldista.

Kirchner tenía una doble debilidad: ser el delfín de Duhalde (hasta heredó su ministro de Economía) y la mala leche de Menem que le impidió consagrarse en la segunda vuelta. Por eso aventuró un discurso novedoso, filiarse con aquel setentismo idealista de las juventudes que abrazaron la primavera camporista hasta que Perón regresó del exilio junto con López Rega y les demostró que no era un Fidel.

Al negar todo lo que pasó desde el 73 hasta el 2003 se liberaba de dar explicaciones de por qué hizo guita liquidando hipotecas indexadas por la Circular 1050 durante la Dictadura (base de su millonaria fortuna) o de su apoyo a Menem durante los 90 (llegó a decir que el riojano era el mejor presidente desde Perón, y que la privatización de YPF y el gas era una medida fundamental para el desarrollo del país).

Con el fervor de los conversos hizo apurar los juicios a los genocidas, apoyó irrestrictamente (y monetariamente) a Medres, Abuelas e HIJOS, y coronó la nueva política de DDHH con la derogación de las leyes de Obediencia Debida y Punto Final en 2004 (los partidos de izquierda desde el 88 intentaron hacerlo ante los oídos sordos de todas las bancadas, en especial la Justicialista, y un año antes el oficialismo había rechazado la misma moción).

"Atrás quedó el tiempo de los líderes predestinados, los fundamentalistas, los mesiánicos. La Argentina contemporánea se deberá reconocer y refundar en la integración de equipos y grupos orgánicos, con capacidad para la convocatoria transversal, el respeto por la diversidad y el cumplimiento de objetivos comunes”, dijo al asumir el 25 de mayo de 2003.

Dos años después, luego de coronarse campeón de las elecciones legislativas de ese año, convertidas en una virtual interna abierta entre el duhaldismo y el armado político en construcción propio, Kirchner decidió copar el peronismo.

Su estrategia: cooptar a los intendentes del conurbano con el aparato que Duhalde había sabido construir cuando era gobernador en los 90; reconstituir la Liga de Gobernadores Peronistas que caracterizó al gobierno menemista, y jugársela por el “moyanismo” en la interna que se vivía en la burocracia sindical por entonces.

¿Esto qué tenía que ver con la transversalidad o con el setentismo? ¿Aliarse de lo más rancio de la vieja política que apoyaron a Menem o a Duahalde según quién tenía la caja? ¿Juntarse con la burocracia sindical que marcó a los luchadores proletarios durante la Dictadura y hasta se pactó con los militares cuando la vuelta a la democracia era irreversible?

Kirchner supo sortear contradicciones. Los intendentes y gobernadores también. El nuevo peronismo del siglo XXI no tenía nada que ver con el que se opuso a la Conadep y al Juicio a las Juntas, o que cerró filas alrededor del menemismo en los 90; aunque eran los mismos tipos.

Hábilmente convirtió este punto débil en una fortaleza. Como los ministerios de "1984", la genial novela de Orwell, las cosas empezaron a llamarse por su contrario. Pagarle al contado y sin quita a los organismos financieros se llamaba “desendeudameniento y lucha por la soberanía nacional”; lo mismo que al endeudamiento con Venezuela a tasas de dos dígitos. Manejo de la estadística oficial de inflación, pobreza y empleo se empezó a llamar “operación de los conglomerados mediáticos para desprestigiar al gobierno”, lo mismo que cualquier denuncia de corrupción. Los subsidios a las multinacionales concesionarias de servicios públicos eran “una mejor redistribución”, el apoyo a la minería a cielo abierto en "desarrollo económico del Interior".

Es innegable el crecimiento económico, la mejora sustancial del nivel de vida de todas las clases. No es intención tapar el sol con las manos. Pero también es innegable que este fabuloso crecimiento macroeconómico no se transformó en desarrollo.

La deuda no bajó, sino creció. El Fondo sigue teniendo poder e injerencia en tanto no se le pague encash. El desempleo se morigera con planes a través de cooperativas que manejan los intendentes del conurbano y los gobernadores a través de sus punteros (caja negra de la política). Las empresas de servicios siguen subsidiadas sino se paralizan o se dolarizan las tarifas. Continúa la crisis energética cada vez que hace o mucho frío o mucho calor. La inflación se como los salarios reales aunque se la niegue.

Tuvo el Gobierno nacional sacar en 2009 una asignación universal por hijo para que no se caiga la mitad de la población bajo la pobreza. Eso es inexplicable si hubo 7 años de crecimiento continuo a tasa china, a menos que no haya habido redistribución social de la renta nacional.

La publicidad oficial nos habla de miles de casas construidas y sin embargo miles de personas de clases bajas continúan en emergencia habitacional. Y la clase media baja no puede acceder a una propiedad porque la especulación inmobiliaria está sostenida  y no hay acceso a un crédito hipotecario viable.

Pero el Gobierno además de administrar cada vez más fondos (nacionalización de los fondos de jubilaciones y pensiones que se privatizaron durante el menemismo, cambio de la carta orgánica del BCRA) para repartir en forma de subsidios a la sub-clase se encontró a partir de 2008 con la unión de otra facción de elite que le disputa el poder.

El catalizador de esa unión fue el conflicto desatado por la resolución 125. Aparte de mal elaborada (perjudicaba más a los medianos y pequeños productores que a los grandes) y mal comunicada, el Gobierno no contó con el apoyo de los medios.

Magnetto y Kirchner se transformaron en enemigos luego de ser socios. Kirchner lo acusaba de desagradecido: él había pesificado las deudas financieras del grupo en 2003, había prorrogado por 20 años las licencias en 2005, le había aprobado la fisión cablevisión-multicanal al final de su mandato; y así le pagaba. Magnetto desconfiaba de su beneficiario que había conformado un multimedio propio con empresarios amigos, también había favorecido a Hadad (que de acérrimo opositor del kirchnerismo se convirtió en más papista que el Papa) y le había impedido ofrecer triple play (pero sí le dejaba a Pierri a través de su Telecentro).

Aparte Magnetto hizo una lectura errónea sobre el poder de la alianza entre elites residuales que se unían contra Kirchner: las corporaciones agrarias, un sector de la UIA y la clase media acomodada, representados políticamente por los restos del duhaldismo y el menemismo (convertidos ahora en Peronismo Federal), el radicalismo y el armado Macrista (PRO).

El que lo leyó bien fue su adversario, quien pudo posicionarse a la izquierda y recuperar el discurso de sus primeros días. Kirchner admitió que el Peronismo Federal podía quitarle votos de votantes tradicionales, por lo que pensó acertadamente que la solución al problema era generacional. Y quiénes que los más jóvenes iban a estar más sensibles a la cuestión mediática. Son ellos los que se la pasan todo el día ante la televisión, la radio e Internet.

Demostrar las contradicciones del discurso de los grandes medios, el aplastamiento sobre la diversidad de oferta mediática que producen los oligopolios sumados a una buena cuota de teoría de la conspiración produjeron un fermento que caló muy hondo en los grupos de 35 a 20 años. Para el que le quede alguna duda, los jóvenes de ese grupo generacional representan el 32% del electorado según el último padrón.

No vamos a denunciar la obviedad de que a una construcción del relato por los oligopolios que aún controlan los medios se la quiere reemplazar por otras construcción igual de artificial que promueven quienes quieren ocupar una posición igualmente oligopólica según la nueva legislación.

Pero todo eso entró en contradicción con la muerte de Mariano. Las dos facciones sólo se preocuparon de lavarse las manos y de ‘tirarle el muerto’ a la otra en un juego macabro. El Grupo Clarín denunciaba la zona liberada, la complicidad de la empresa estatal UGOFE como si se hubiera convertido en golpe en medio de difusión del PO (creo que Altamira nunca apareció por televisión tantas veces como la semana pasada). Desde la Televisión Pública trataban de ligar a Duhalde con Pedrasa, y de despegar a la CGT de la Unión Ferroviaria.

Un militante murió asesinado por una patota de la burocracia sindical que, irónicamente, te caga a tiros si querés afiliarte porque hay complicidad con las empresas de servicios públicas y del estado para dar trabajo basura mercerizado. Los compañeros ferroviarios (pero también de la electricidad, telefonía, bancarios, etc) trabajan en empresas que tercerizan (desde el tendido de vías y redes de cables de corriente o de telecomunicaciones, hasta servicio de call center, limpieza o vigilancia) ganando menos de la mitad del sueldo (y algunas veces como monotributistas, o se sin ningún contrato, aporte u obra social). Y el Gobierno nacional es cómplice de esto (dónde está Don Carlos poniendo a todos en blanco). Y peor aún es subcontrata a través de sus propias empresas como el Ferrocarril Roca y sus reparticiones.

El neoliberalismo salta acá sin ninguna careta. Lo peor es que el Gobierno además de aliarse con la burocracia sindical (nada menos setentista) sino que utiliza la barra brava gremial para tercerizar la represión y luego jactarse de que no reprime. Lo mismo pasó en el ex Hospital Francés, en las reuniones del sindicato de los subtes porteños,  la lucha contra la intervención del Indec, el reclamo en le Kraft, Atento y el Casino Flotante.

Ugofe (empresa del Estado) no sólo licenció ese día a los patoteros que fueron a matar, sino que reparte subsidios con los jerarcas de la Unión Ferroviaria y sólo subcontrata servicios de las empresas tercerizadoras de estos ladrones.

Acá se desnuda la lucha de clases que Clarín y 678 nos quieren ocultar. Acá está el conflicto que hace caer todas las fachadas y caretas. La otra es una pelea mediática como las del programa de Tinelli (que en el fondo no sabés si son reales o ficticias). Esta es la batalla que debería preocuparle a tantos amigos y amigas que quieren luchar contra los fachos.

La otra guerra, es una guerra dentro de la elite hegemónica. Ahí pelean multimillonarios como Magnetto y Kirchner. Ni siquiera es una batalla ideológica aunque esgriman argumentos variopintos, es una lucha por el Poder, que no se detenta ni ostenta, se ejerce. El kirchnerismo tiene ahora la dura prueba de demostrar que puede hacerlo sin su líder. Sus rivales quieren abalanzarse sobre el cuerpo herido para no darle posibilidad de recuperación.

Volviendo a Sarlo, “En la turbulencia que produce la muerte, antes de la claridad que llega con el duelo, no es posible saber si el kirchnerismo será un capítulo cerrado. La muerte convoca a los herederos, los legítimos y los que piensan que, en realidad, no son herederos sino titulares de un poder perdido o entregado de mala gana. También falta definir del todo cuál es la herencia y si es posible que pase a otras manos”.


Apuntes dos años después:

Sin dudas el kirchnerismo ha superado la dura prueba de demostrar que suponía la pérdida de su líder y arquitecto original, e incluso se ha fortalecido. Se ha convertido lentamente en un Cristinismo, discursivamente mucho más progresista, con una apuesta fuerte por el armado propio con jóvenes reclutados al costado del partido peronista que no sólo se acomodaron en los mejores puestos de las listas de candidatos sino que se fueron acomodando en puestos estratégicos del organigrama estatal. Los cristinistas han desplazado a muchos socios del peronismo, una parte de la burocracia sindical, y algunos intendentes del Conurbano (que tenían demasiados antecedentes que los relacionaban con el Duhaldismo). 

Se ha archivado cualquier intento de trasnversalidad extrapartidaria, sino al contrario ha aumentado la verticalidad al punto que los proyectos que el Gobierno envía al Congreso Nacional se aprueban en tiempo récord y sin aceptar modificación alguna. Y si no avanzan así directamente se decretan. Hace unos días el líder de la bancada del FPV de Diputados lo dijo con todas las letras, cuando el Gobierno hizo aprobar una reforma de las ART pactada con las cámaras empresarias, las mismas aseguradoras y la burocracia sindical de la CGT Balcarce (los Gordos que apoyaban a Menem en los 90, y que ahora se reúnen con Cristina), ante los votos negativos de algunos compañeros: “no somos libre pensadores, somos miembros del bloque oficialista”. Como pasó con la Ley Antiterrorista (pedida por EEUU) el FPV votó junto al macrista PRO una ley antipopular.

Por un lado, el Gobierno ha tenido a su favor la fragmentación hasta el borde de la desintegración de la oposición política. Pero esa misma descomposición ha activado la lucha interna dentro de un gobierno cuya líder legalmente (al menos hasta ahora) no puede ser reelecta. Las desavenencias entre Mariotto y Scioli (la polémica sobre el revalúo rural, la crisis de los medio aguinaldos de los estatales bonaerenses, la discusión por la inseguridad) , entre el gobernador de Santa Cruz y su vicegobernador (la insólita denuncia sobre espionaje a la presidenta, el “voto no positivo” en la legislatura santacruceña del vicegobernador para no sancionar una ley en contra de las mineras), entre la ministra Garré y el subsecretario Berni (el Proyecto X, la rebelión de gendarmes y prefectos), entre el canciller Timerman y el ministro Puriccelli (los pases de factura por la retención de la Fragata Libertad en Ghana), y la lista sigue.

Por eso Cristina necesita que varios voceros pongan en agenda el tema de la Reforma Constitucional, para no convertirse en “pato rengo” a menos de un año de asumir el segundo mandato. Esta movida encuentra muchos laderos entre fanáticos auténticos y oportunistas, que necesitan que la líder sea Cristina, porque un cambio de liderazgo pondría sus posiciones en disponibilidad.

Esto se complica porque apenas comenzado su segundo mandado, Cristina afrontó algunos llamativos síntomas de agotamiento del régimen. 

La crisis política desatada por las denuncias contra el vicepresidente que ella misma eligió esmerilaron la figura de la presidenta. Inútiles fueron las campañas de desagravio a favor de Boudou tratando de demostrar que las denuncias eran una “campaña mediática”, su insólita declaración del Jueves Santo donde encendió el ventilador a velocidad máxima (soltando falsas acusaciones que costaron la cabeza de Righi, único funcionario del gobierno de Cámpora, con el que tantas veces el kirchnerismo ha tratado de relacionarse), y la aún más inaudita “estatización” de la Imprenta del escándalo. 

La crisis económica que ha supuesto el estrangulamiento de la cuenta corriente de divisas que acusaba la importación (no sólo de bienes suntuarios, sino también de bienes de capital para la industria que se pudo reactivar),  la crisis energética (que obliga al Gobierno a importar combustibles por más de US$ 10.000 M al año), el pago de los vencimientos de la deuda (que supone cada año, otros US$ 10.000 M anuales), la crisis financiera internacional (que si bien antes decían “no nos tocaba”, parece que ya no a pesar de casi 10 años de crecimiento a tasas chinas con “soberanía económica” ), la inflación (que incentiva el ahorro en divisas). 

Al mismo tiempo el modelo neoliberal subsidiario mostró su cara de despilfarro y corrupción con una seguidilla fatal de accidentes ferroviarios que no sólo desnudaron la desinversión y el vaciamiento que sufrió la infraestructura de los trenes, sino la complicidad inocultable de todos los gobiernos durante los últimos 20 años, casi la mitad encabezados por los propios kirchneristas, y otros 8 cuando eran menemistas o duhaldistas).    

El agotamiento de la relación con la clase media en la que el Gobierno ha decidido descargar el mayor peso del ajuste eufemísticamente llamado "sintonía fina" por considerarla mayoritariamente opositora y por enunciar un discurso clasista muy reivindicatorio de las clases populares propio del peronismo de izquierda (pero extemporáneo en una sociedad neoliberal e hipócrita porque es utilizado por políticos y funcionarios, la mayoría de ellos auténticos millonarios). Este quiebre ha llevado a una serie de manifestaciones masivas de la clase media sugestivamente "autoconvocadas" por verdaderos "programadores de la esponteneidad" que utilizan el discurso "antipolítica" como única referencia. Por eso se conforma un estrafalario conglomerado donde aparecen elementos de la más rancia derecha golpista junto con personas educadas que sienten que las mentiras del Gobierno son una ofensa a la inteligencia que ni en sueños quieren deponer a Cristina. Pero al contrario de los que sus funcionarios y comunicadores dicen y de lo que los caceroleros creen, estas demostraciones no debilitan a la presidenta sino la fortalecen, simplemente porque nada se puede construir desde el odio. Son funcionales al bipartidismo a la estadounidense que los cristinistas añoran (que hasta quisieron copiar el sistema de primarias del país del norte).   

Pero la gran batalla del cristinismo es el enfrentamiento con Clarín. La Ley de Medios se ha convertido en una Ley Anti Clarín. Con la excusa de la cautelar, no se aplicó un solo artículo de la ley aprobada hace tres años ni se exigió a ninguno de los otros multimedios adecuarse  Es más se toleraron flagrantes violaciones: como la compra del ex Grupo Hadad (excedido en licencias) en forma directa (absolutamente ilegal) al Grupo Indalo (un grupo que ni tiene antecedentes en medios, lo que también está en contra de la Ley de Medios); o como la extensión del servicio triple play de la empresa de Pierri (Telecentro); o como la propietarios de Canal 9 de TV abierta (una empresa extranjera). Y al mismo tiempo, con la hipocresía de tolerar otros monopolios (Techint, Telefónica, Edesur, Edenor, Roggio, etc) que no son “malos” para el país ni “riesgosos” para las instituciones.

Es que el asunto de Clarín ha llegado a movilizar a muchas personas que genuinamente sienten que los medios ocultan y tergiversan la información de acuerdo con sus intenciones corporativas. Pero también hay una suerte de “autoindulto” que supone reconocer haber sido “engañados” por una corporación maligna que lava cerebros cuando apoyaron a la dictadura genocida o al menemismo. Argumento más que patético que se cae al ver el resultado de las elecciones del año pasado, nunca Clarín fue tan poderoso y "monopólico" como lo es desde 2007, y sin embargo Cristina ganó por el 54%. 

Han pasado dos años y mientras el juicio por Mariano avanza a pesar de que eso ni Clarín ni los medios oficiales lo reflejan. Del mismo modo que no hablan de Julio López o Luciano Arruga, ni de los muertos por la Tragedia de Once. Al contrario los medios que apoyan al gobierno han tomado el estilo 678 (con informes editados con mucha mala leche que sólo muestran la perversidad del "enemigo" del gobierno "nacional y popular") y los del Grupo Clarín se han convertido en una suerte de 876 (que hace lo mismo, pero en sentido contrario). Como decíamos hace un par de semanas, "la política se pone en punto ebullición al calor de la flagrante ineptitud de los unos y de la notoria mala leche de los otros: el debate se transforma en una sucia disputa de chicanas baratas y de desmesuras de tablón".

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