jueves, 8 de noviembre de 2012

Opinión

Apagón de ideas en el Gobierno

Tras el apagón que afectó a gran parte de la Capital ayer (miércoles 7 de noviembre), el ministro de Planificación, Julio De Vido, anunció esta mañana que el Gobierno presentará una denuncia penal con el objetivo de determinar por qué se produjo el corte de energía eléctrica. 

De Vido negó que se trate de un problema de inversiones por parte de la gestión de Cristina Kirchner y retomó una frase que había utilizado en 2004 para justificar una interrupción en el servicio: "alguien bajó la palanca".


El funcionario encabezó una conferencia en la que sostuvo que "no podemos echarle la culpa a la ola de calor", y afirmó que "la línea de alta tensión que (ayer) salió intempestivamente de servicio arrastrando a otra que corre paralela en ese momento, no estaba sobrecargada a pesar del gran nivel de demanda, récord para la empresa Edesur".

Como pasó con la Tragedia de Once, cuando dijeron que la culpa la tenía el maquinista (al que acusaron de estar alcoholizado, dormido, tener ataques epilépticos; todo desmentido), a los usuarios (y su costumbre de viajar en el primer vagón para llegar "antes") y la mejor situación económica (ahora viaja más gente, porque como hay más trabajo, las personas tienen "a dónde ir").

En grado de patetismo que ofende a la inteligencia el Gobierno ahora habla de un incomprobable sabotage para echar las culpas afuera. Y lo más indignante es que la acusación la hace el funcionario que por acción u omisión es el responsable número uno de la situación.

Obvio que el Gobierno nacional no es el único culpable. Otra vez, como en la Tragedia de Once, está la falta de inversión de los concesionarios privados que en los 90 se hicieron de las empresas de servicios públicos. 

Durante aquella época no sólo compraron las empresas a ínfimo valor, sino que pudieron despedir el personal para contratar tercerizadoras que negrean a los trabajadores; cobrar tarifas dolarizadas y aumentarlas según la inflación en EEUU porque la de la Argentina, entonces, era menor;  y pudieron desentenderse de invertir porque no había Estado regulador.

Tras dos años de gobierno de la Alianza, que no cambió en nada este esquema; llegó el de Duhalde que le agregó el congelamiento de las tarifas con la escusa de el país estaba en llamas. En 2003 llegó el kirchnerismo, y de su mano el ministro De Vido, encargado de la planificación y regulación de las obras públicas y servicios.

El kirchnerismo mantuvo el congelamiento tarifario pero decidió subsidiar a los consumidores de Gran Buenos Aires y Capital Federal (el 50% del electorado, y el más afín a su Gobierno) pagando la diferencia entre lo que las empresas deberían cobrar y lo que pagan los usuarios.

Ergo, las empresas concesionarias y sus voceros mienten descaradamente cuando dicen que la falta de inversión es por el congelamiento tarifario. Los hipócritas cobran toda la platita que sale la luz (y fuera de GBA y CABA, la pagan los usuarios sin subsidio alguno).

Este sistema además de ser injustamente centralista (porque los usuarios del Interior pagan la tarifa plena y en la época estival afrontan cortes de luz a diario, y en algunas ciudades hasta programados por secciones; mientras que el Gobierno se desvive para que el Buenos Aires la gente pague una tarifa de regalo y no sufra apagones).

Por ejemplo, este verano me tocó estar en dos ciudades de Corrientes: Esquina y Colonia Carlos Pellegrini. En esos lugares, a pesar de estar en la misma provincia que Yaciretá, la luz se corta a diario, y a pesar de ello una factura promedio de electricidad no baja de 200 pesos. 

Las empresas no invierten porque nunca lo hicieron y porque hay un Gobierno que si no es bobo es cómplice. Como pasó con el caso de los Ferrocarriles, vemos la connivencia entre funcionarios que deberían controlar y empresarios que deberían invertir; y el sistema de subsidios transformado en una caja negra donde se mete plata que no se sabe a dónde va.

En el caso de la Ciudad de Buenos Aires, debemos agregar la frutillita del postre: el impresentable de Mauricio Macri premiando a Kiss en River, en un estrafalario concierto en el que se consumió un montón de energía (que los espectadores del espectáculo pagaron bien cara, eso sí), mientras la ciudad era un caos en otra demostración de ineptitud y falta de tacto, característicos de uno de los políticos más lamentables de la Argentina.

Otra consecuencia de este sistema perverso es que los usuarios beneficiados con los subsidios derrochan energía. Una familia promedio, sin equipos de aire acondicionado en la casa, paga por electricidad hasta un tercio de lo que paga por cable+internet o por teléfono+internet; o la mitad de lo que paga por un abono de celular (servicios que no tienen congelada sus tarifas).

Sumado al festival del consumo en cuotas sin interés, en el que todo lo que funciona a electricidad fue lo más buscado (entre ellos los equipos de aire acondicionado), la gente tiene más cosas que enchufar, y en especial los días que hace calor.

No obstante, cortar el hilo por el consumidor es hacerlo por lo más delgado. Que necesario que los usuarios de GBA y CABA tomen más consciencia del sacrificio que hacen en todo el país para que paguen la luz con esas tarifas es de perogruyo. Pero sin cambiar el esquema privatista y subsidiario que desde los 90 está instalado, no sólo en el servicio eléctrico, hacia un sistema con mayor presencia y control estatal, con participación privada regulada; será imposible avanzar hacia un sistema de producción de energía que no sólo garantice las inversiones para un suministro constante a buen precio, sino también que sea sustentable social y ambientalmente.

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