miércoles, 24 de abril de 2013

Opinión

¿Y ahora?
por Berdunsun*, columnista invitado**


El cacerolazo del jueves pasado dejó mucho para decir y pensar; desde su picante punto de vista y su filosa escritura, Berdunsun nos da su punto de vista en primera persona.


¿Y ahora?

No quiero sonar a aguafiestas (y es sólo por eso que dejé madurar esta respuesta unos cuantos días), pero creo que es necesario evaluar mínimamente la intención y la influencia de las últimas manifestaciones multitudinarias para comprender el real efecto que tienen. ¿Sirven? ¿Para qué sirven? ¿Cuál es el efecto esperado? ¿Pueden estas manifestaciones por sí mismas arribar a resultados como los solicitados? ¿Es sólo una manifestación de la resignación?

O dicho de otro modo: sí, muy lindo todo, ¿pero ahora? 

Si bien es del todo acertado convenir que la movilización masiva del último jueves  asombra por su poder de convocatoria, por el número de personas que reunió bajo una misma causa (¿causa?), al realizar una segunda lectura sobre los hechos creo que no me equivoco al afirmar que la misma ha perdido la fuerza que tanto se le adjudicó y que tantos están aún festejando. 

Sin entrar en el juego de la competencia facilista de las convocatorias en número (somos más, pisamos más fuerte), hay que aceptar que hay gente, mucha gente que no está contenta, no está conforme, que no está convencida de estar viviendo la «revolución imaginaria». 

Es cierto que hay mucho cholulismo (que nos vean en la tele), mucha bronca irracional (los acostumbrados sacados con carteles que causan vergüenza ajena), mucha necesidad de no quedar a un costado (¿cómo no vas a estar?), pero ¿no hay siempre de esto en todo tipo de movilización?

Por otro lado, las críticas de guion son siempre las mismas: que son grupos minoritarios antes favorecidos por políticas de desigualdad, que se trata exclusivamente de tropas de engañados por las malvadas corporaciones mediáticas. Toda intención de simplificar una situación mucho más compleja no tiene otra intención que desarmar cualquier voluntad individual distinta. Y esta gestión se caracteriza por este tipo de conductas.  

Más allá de la gente, de las cacerolas y los carteles, es debido aceptar una realidad: y esta realidad es que la aglomeración de indignados perdió la potencialidad que alguna vez tuvo. No es la primera vez, ni la segunda, ya es la tercera convocatoria a nivel nacional que busca «dar cuenta» al gobierno del Estado que las cosas no están tan bien como desde los órganos de difusión oficiales se trata de informar.

Lo espontáneo, la duda, las voluntades individuales en búsqueda de sus propios y personales reclamos dejaron su lugar a una cierta organización, una forma de acuerdo de lo que se está reclamando. De modo que ahora lo espontáneo ha mutado en un rito, y como tal, carece de otra forma que la de la institución que se ha adjudicado a sí. El rumor del desorden se ha sublimado en cierto ordenamiento que reúne a los que no tienen consigna común y, a la vez, muchas inciertas y discordantes, un todo de desorden ordenado y carente al fin del caos necesario. 

La verdadera fuente de poder de la movilización inicialmente lo fue el caos, ese todo lo que no encajaba con el «relato» de armonía y amor con el que tanto nos buscan convencer. Persiste la aglomeración pero perdió la potencialidad que tuvo alguna vez porque ya no es posibilidad, comienzo, en este momento ha alcanzado su forma definitiva. La repetición no le ha dado más que rigidez y con la rigidez no vamos a ningún lado. 

Y el principal culpable es la decepcionante producción de significados, dado que a ese todo de posiblidades nadie le preocupó ver de dónde venía, por qué, qué se podía hacer con él. Soberbiamente todos le asignaron un nombre y un ser, y así, mataron todo que estaba por venir. Los que están a favor le dieron el nombre de una causa, de la cara de los disconformes («nadie está bien», con ese índole infaltable de totalidad), pero también los que están en contra le asignaron todos los hechos negativos que continuamente tratan de despegar de sí mismos, tratando de pisar las voluntades con chicanas plebiscitarias («para el 54%»). De discusión de ideas, de encuentro de posiciones, de cualquier tipo de polémica es inevitablemente improductivo el encuentro entre las partes, porque ambas posturas se han vuelto tan impermeables que imposibilitan todo tipo de avance. 

Desde esta óptica pareciera que la exacerbación de este reclamo no tiene otro destino que el de berrinche popular, estéril de propuestas e intenciones. Pero esto no es adjudicable sólo a una facción, no se ha llegado hasta aquí así porque sí. Aceptemos nuestra responsabilidad en la construcción de un abandono.

Durante años se ha ido desarrollando la retirada sistemática de cualquier tipo de vida política, de representación masiva, en pos de un pensamiento individual e individualista. Lo público no paga bien y representa demasiadas responsabilidades que lo privado no tiene. Lo público es lugar de idealistas de cartón pintado y cuadernito, que no van a discutir y van a imponerse en número. Lo público es tierra de corrupción y mafias, y antes de quedar pegado como un perejil, siempre mejor alejarse lo más posible. 

Y es así que el Pulpo (con mayúsculas) llegó y copó la vida política toda porque Mafalda nos dijo que la política era mala palabra. A riesgo de mancharse con ese algo horrible, tabú, nos alejamos tanto que la tomó una corporación dedicada a las bajezas de la demagogia, el oportunismo y por supuesto, el negociado. Y pudo hacerlo porque no había nadie allí, porque era tierra renunciada. Y ahora que con sus tentáculos está copando todos los wines andá a molestarlo. Les hemos dejado el campo abierto de par a par. 

La vida política en nuestro país, en el sistema que dispone desde hace cien y tanto de años, no se decide en ningún tipo de movilización. No importa cuánta gente se junte en la avenida 9 de Julio en una noche cualquiera, los representantes del pueblo de la Nación no van a dejar de actuar de tal o cual modo, y esta gestión en particular se demuestra renuente a aceptar cualquier tipo de réplica. Pongámoslo de otro modo: por mucha gente que reúna un partido ganado por la selección argentina de fútbol en un mundial, los jugadores no van a jugar mejor o peor. Quizás haya alguna influencia muy marginal, desde el punto de vista emocional, pero para ser francos, eso ayuda poco y nada. Los jugadores ganarán en tanto se reúnan varios factores como una conveniente elección de jugadores, condiciones físicas adecuadas, práctica conjunta y estrategias de juego efectivas. Y del mismo modo, la política se decide en las urnas, en la participación activa en las instituciones (sean o no gubernamentales), en el pensamiento y en la duda, en la información, en el mirar al otro y ver que también es parte del país. 

El cacerolazo como símbolo de ruptura ha muerto. Su poder de desencajar mandíbulas, de representar inconformismo, de ejercer crítica y de elevar la duda ya no existe. Contra una única definición negativa, ahora el cacerolazo significa tantas cosas que todos tienen la oportunidad de escoger un significado a medida del discurso propio (o no) y desvirtuar el reclamo. 

Y no es ser malaleche, ni creérsela de profeta, pero así como están las cosas, el reclamo en algunos meses se lo llevará al freezer. Porque todo ese sentimiento de bronca y angustia que dolió en el pecho como un grito, se dejará nuevamente de lado para mutar en un voto batraciófago, pensado principalmente desde el bolsillo. Sin una oposición que pueda realmente hacer algo con esta protesta, y con las posibles opciones a la vista, no muy distintas a lo que actualmente está en el poder, todo este frufrú quedará en el costado. Desde el préstamo, la tarjeta de crédito, los electrodomésticos, los viajes al exterior o el plato de comida, más de uno tomará una boleta oficial y punto. Y si no es la oficial, será esa «opo» que se ensalza de diferencias y en el fondo no es más que un clon o una reversión de lo mismo.

El territorio de la política está actualmente ocupado. No está perdido, pero hará falta mucho para recuperarlo, porque cualquier intención de romper el dominio corporativo será barrido y sepultado (como ya lo hemos visto en el 89 y en el 2001). El Pulpo aprendió a cubrir mucho terreno y con eso se asegura tener con qué perdurar. Y así llegamos a este actual planteo, donde nos hemos llevado solitos a ser rehenes de una gestión que no gusta, que no conforma, que se sabe envilecida y que por mucha «buena onda» que procure vestir, no va para ningún lado. 

La «década desperdiciada» está llegando a su fin y las cosas se van a endurecer poco a poco y la protesta por la protesta no va a llegar a ningún lado. Quizás este quiebre sea las trompetas que llaman a retomar esa área desterritorializada que es lo público y convertirla en algo realmente útil, en disonancia con las tradiciones totalitarias (sean populistas, corporativas o dictatoriales) que tanto abundan en nuestra historia. 

Es mucho pedir, sí. Está mal resignarse, siempre. 


Buenos Aires, veintitrés de abril de dos mil trece


© carlitosber.blogspot.com.ar, Abril 24 MMXIII
Permitida su copia, plagio o reproducción sin citar la fuente.

_________________________________________________
* Berdunsun es el seudónimo de Claudio Ariel Berdún, ingeniero industrial recibido en la UTN FRA, actual estudiante de Licenciatura en Letras en UBA, lector ávido, escritor ocasional. Radica en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
** Si querés publicar una noticia, una nota de opinión o una investigación sobre el tema que quieras mandala a mi mail: carlosberdun@gmail.com. IMPORTANTE: Tu posteo aparecerá publicado completo sin ediciones que alteren su sentido ni tus opiniones y/o conclusiones.

No hay comentarios:

Publicar un comentario