sábado, 27 de abril de 2013

Semana 17


¿Y si paramos la pelota?

Después de que toda la locura de la semana giró en torno de la maratónica sesión en Diputados donde el Ladriprogresimo consiguió avanzar en su desmesurada Domesticación de la Justicia –auténtica reforma constitucional de facto y preámbulo de la búsqueda de la inevitable re-relección para La Jefa– ante una posición que se debatió entre la resistencia testimonial y la teatralización republicana ante una reforma que, quién sabe, algún día caiga en sus manos y la use en su provecho. Algo que en las mentes de los Nac&Pop no tiene lugar, porque para ellos el futuro sólo puede ser la continuación del presente. Pero, ¿qué pasaría si pudiéramos detener el tiempo y sacar una foto que atraviese transversalmente a la sociedad? ¿Qué podríamos ver si tratamos de desnudar las lógicas y teorías que movilizan a la política nacional? ¿Cuál es el rol de la sociedad y cuáles son las lógicas que la movilizan?


En primer lugar, en lo más superficial, vemos al Ladriprogresismo que se ha apoderado del Gobierno, la oposición y la sociedad. 

El Ladriprogresismo no tiene una teoría de la sociedad, pero tiene una muy clara teoría del Poder, sabe lo que es el Poder, lo quiere, le gusta y lo usa. Es una teoría que es intelectualmente pobre, políticamente eficaz, y moralmente perversa. 

La oposición no tiene ni una teoría del Poder ni una teoría de la sociedad. No sabe cómo disputar el Poder y, es más, ha venido sistemáticamente entregando cuotas de poder. Por ejemplo, se vota la “nacionalización” de YPF con una emoción chauvinista vacía sin entender que lo que se hace es transferir una cuota de Poder económico adicional a un gobierno que debe ser limitado al no disponer que sea una empresa del Estado con control del Congreso y los trabajadores y dejar que sea una sociedad anónima donde el Poder Ejecutivo actúa como máximo accionista. No tiene tampoco una teoría de la sociedad, no piensa a la sociedad, y no la puede expresar. 

La sociedad está muy fragmentada. En primer lugar, está dividida en dos campos. Una parte que es básicamente el mundo de la relegación, el mundo de la pobreza, el mundo de la vulnerabilidad y el desamparo, que es para el Ladriprogresismo un instrumento para su política del Poder, y para esa parte de la sociedad el Gobierno, que utiliza al Estado como instrumento del Poder, es el único proveedor de lo que recibe. La otra parte de la sociedad es la de los que están “adentro” del sistema. Están divididos; una fracción está convencida de estar encabezando una revolución social sin precedentes en la historia argentina. La otra fracción, mayoritaria en este sector de la sociedad, está desconcertada, está enojada; no soporta la teoría del Poder el Gobierno, pero no encuentra una teoría para ella en la oposición. 

Esto plantea un escenario complicado. El Ladriprogresismo, que tiene una teoría del poder y no de la sociedad, tiene un gran temor que es perder el Poder. No le importan los logros y los fracasos de la sociedad, sino la conservación y la ampliación del Poder. Y el futuro, para el que tiene el Poder lo único que garantiza es que lo va a perder. En algún momento el poder se pierde. Con la muerte, con la crisis, con el cansancio. Por eso para el Gobierno lo más importante es que no haya futuro, porque lo único que le garantiza el futuro es algo malo. Por tanto estamos en una especie de presente continuo, en el que la realidad se degrada consumiendo activos materiales y simbólicos. Lo real aparece bajo la forma del drama: un tren que choca y deja decenas de víctimas, una inundación que mata un montón de gente… Éstas son las formas de aparición de “lo real” que es una realidad degradada porque no hay una construcción de futuro.

El mito del peronismo, que es mucho más que el partido político –o, mejor dicho, el puñado de partidos políticos– que se identifica con esa denominación, es, en gran medida, la causa de este escenario. El mito del peronismo se debate con, al menos, dos ideas del pasado: la del 45 y la del 73; pero ninguna idea del futuro. 

Pero hay un señalamiento que se debe hacer: en el momento de la “reconciliación” alguien tiene que siempre más responsabilidad. La fracción de la mitad de la sociedad “incluida”, que se manifestó el 18 de abril, enarboló muchas demandas consignas, pero no hubo presencia de una sola demanda de mayor justicia social. Y esto también debe ser constatado. Porque no vivimos en una sociedad justa precisamente. Esa fracción no ve a la otra mitad de la sociedad. Peor aún, cuando percibe su existencia, la desprecia y le teme.

Seamos francos, el Ladriprogresismo en casi diez años no supuso una sola novedad en la política argentina en ningún aspecto. Es más, exacerba deformaciones de las tradiciones políticas criollas. El manejo espurio de la Justicia y la búsqueda de someterla, como la transformación del Poder Legislativo en una mera escribanía notarial, no constituyen ninguna ruptura con el pasado. Tampoco son un invento la asignación arbitraria de la publicidad oficial y el intento de control sobre los medios. El Ladriprogresismo carece de límites, pero no ha inventado nada. Ahí hay una llamada de atención para todos los que hemos sido cómplices de lo que permite que esto sea lo que es. 

Es difícil describir los mecanismos de esa complicidad social. Lo cual no impide señalar que la hay. El señalamiento es, en fin, una apelación a la responsabilidad de los diferentes actores de la sociedad civil: empresarios, intelectuales, sindicalistas, comunicadores sociales, etc.; deben hacerse un poco cargo de esto. Pero creo que una clave que explica por qué cada uno no quiere ser reconocido como cómplice ni ha querido ser cómplice, pero explica el mecanismo social es el hecho de que en Argentina no hay conversación pública. Y la conversación pública es el único espacio de resolución de conflictos en una sociedad que nunca dejará de tenerlos. Pero hay que establecer una “razón común”, una razón a partir de la cual hay ciudadanos que toman decisiones para el “bien común”. En un régimen autocrático es el monarca el que toma decisiones que pueden ser para este “bien común”, pero no hay ciudadanía y, por lo tanto, quien lo pueda comprometer a hacerlo. 

Hay dos formas de despojamiento de la ciudadanía: el de la relegación y la exclusión, que es el mecanismo propio del capitalismo, y el de la restricción de libertades a aquellos que tienen recursos materiales y/o simbólicos y no pueden ejercerlos porque son despojados de sus derechos liberales en distintos grados. Quienes están privados de la capacidad de ejercicio autónomo de sus derechos individuales aumentan su dependencia del Estado y, por lo tanto, del Gobierno.

Encima están sometidos a una fuerte educación social que los hace asumir para sí mismos una minoría de edad política en la que el Estado paternalista se convierte en una forma natural de gobernanza, y hasta en una forma de mandar sobre esos que los ignoran y los excluyen.

En 2001 la sociedad explotó. Apareció un ejército de personas hurgando la basura. Lo terminamos naturalizando. Lo que era una solución transitoria para un montón de gente con hambre y necesidades urgentes, lo hemos naturalizado e invisibilizado en una economía que crecía a tasas chinas durante, al menos, un lustro. Lo hemos tolerado nosotros. El muchacho que está recogiendo basura no lo tolera, pero es lo que puede. Del mismo modo que toleramos que un tercio de la población viva en la pobreza y el desempleo, dependiendo de las redes clientelares del partido de gobierno. Y que otro cuarto de los argentinos estén contantemente jugándosela para seguir “adentro” y no caerse del sistema. Cómo la sociedad política, la sociedad civil, cómo las organización de la sociedad civil no han hecho nada en más de una década para que no sea de otro modo. Entonces, vemos poco de lo que hay que ver y discutimos poco de lo que hay que discutir. No estamos discutiendo los temas que nos importan. 

Hay una responsabilidad principal por supuesto. Sobre todo en un país en el que el Gobierno tiene un rol político desmesurado respecto del resto de los actores sociales. Pero, en el fondo, el Ladriprogresismo se retroalimenta en esa decadencia porque tiene una teoría del Poder y no de la sociedad. La sociedad le importa salvo para instrumentar su teoría del Poder, y es una teoría intelectualmente precaria, políticamente eficaz y moralmente perversa. 

El Ladriprogresismo, como la mayoría de los regímenes que se sucedieron en la historia argentina, entre los que constituye más una continuidad que una ruptura; vive en el tiempo desigual de la grandeza y la decadencia, el progreso y el retroceso, el principio y la catástrofe; condena a vivir en la historia y a conspirar contra la historia, y tiene una idea fija: cómo no acabar, cómo no sucumbir, cómo prologar su era. De día persigue a los enemigos de la patria, son astutos e implacables, y sus funcionarios cual infatigables sabuesos no dan respiro. De noche se alimenta de imágenes de desastre: la represión, la crisis económica, la maldad perversa de los enemigos que complotan. Por eso esta sensación de presente interminable. Esta necesidad constante de medidas de excepción sin planificación alguna. Al contrario, la ruptura sorpresiva, por más improvisada que sea, se transforma en un valor. La idea de “modelo” se convierte en justificación retrospectiva y pierde su valoración como exploración y patrón de una praxis. Por lo tanto, el bien absoluto sólo puede estar de un lado, lo que hace imposible la negociación ni mucho menos la alternancia con el otro polo: el de la maldad absoluta. Y de ahí la necesidad de eternizarse, bajo la amenaza de que si el régimen trastabilla o duda, el desastre será inevitable.      



© carlitosber.blogspot.com.ar, Abril 27 MMXIII
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