lunes, 2 de mayo de 2016

Nueva serie: Historia de América Latina

El desafío de escribir una historia de América Latina 


¿Qué tiene en común ese conjunto de estados que presentan historias, geografías y sociedades diferentes? ¿Cuánto hay de utopía en la proclamada unidad latinoamericana? ¿Cómo puede construirse un único relato a partir de tanta diversidad? ¿Se puede diferenciar lo específicamente latinoamericano de aquello que comparte con el resto del mundo occidental? Finalmente, ¿hay un hilo conductor de una historia latinoamericana, distinguiendo lo que une y lo que divide, lo común y lo singular?



¿Existe América Latina?

Es muy difícil y caprichoso hablar de una “Historia de América Latina”. En primer lugar, porque se trata de un verdadero artificio. El término fue utilizado por primera vez en París en 1856 en una conferencia del filósofo chileno Francisco Bilbao y, el mismo año, por el escritor colombiano José María Torres Caicedo en su poema “Las dos Américas”. El término “América Latina” fue apoyado por el Imperio Francés de Napoleón III durante su Invasión de México como forma de incluir a Francia entre los países con influencia en América, para así poder excluir a los anglosajones y separar a Hispanoamérica de España emocionalmente. Se trata de un término eurocentrista impuesto por los colonizadores, ya que jamás podrían considerarse de origen latino, ni los indígenas, ni los afroamericanos.

Desde su aparición, el término ha ido evolucionando para comprender un conjunto de características culturales, étnicas, políticas, sociales y económicas. A pesar de su origen imperialista, se volvió un verdadero sentimiento para las historiografías revisionistas de mediados del siglo pasado y de las distintas “izquierdas latinoamericanas” como una identidad pan-nacional cuyos orígenes, según el escritor, o grupo de escritores, tiene que ver con los pueblos originarios -por los grandes pueblos que poblaron la región en la época precolombina-, o con el origen mestizo de la gran mayoría de los latinoamericanos, o por la colonización y la evangelización española (que impuso un credo, un idioma y algunas costumbres comunes), o por a emancipación de la metrópoli española (que se dio casi al mismo tiempo, sobre todo en América del Sur, donde hasta hubo pensadores que soñaron con una república que contuviera a las naciones del sur), o por una necesidad estratégica en la lucha anti-imperialista que une a los países al sur del Río Grande en su común voluntad de emancipación y desarrollo.

Pero para empezar la “Historia de América Latina” debemos empezar por reconocer de que se trata de un mito. Más allá de que podamos convenir en algunos procesos que se dieron más o menos simultáneamente (facilitando una suerte de periodización teórica), las regiones que integran lo que luego se llamó “América Latina” y las naciones -que pudieron emerger más allá de otros procesos y proyectos alternativos- en que se subdividió lejos estuvo de seguir una línea común más que en la voluntad buena o mala de algunos pensadores. Nunca estuvo unido lo que algunos voluntaristas dicen querer “reunir”. La “Nación Latinoamericana” es una utopía que nunca existió en la realidad aunque algunos se puedan enojar. Con lo que no queremos invalidar estas buenas voluntades de erigir una Patria Grande que una a todos o la mayoría de estos pueblos para emanciparlos y, por qué no, erigir una sociedad menos injusta y más igualitaria para todos los latinoamericanos y para todos los habitantes del mundo.

Aquí surge entonces un primer debate, por dónde empezar. ¿Cuándo empezó la “Historia de América Latina”? Ya vimos que hay distintos orígenes según la ideología y el capricho del que la cuente. Y en esta ocasión no habrá excepción. Por lo que debemos explicar por qué empezar con la “Tragedia de la Colonización”. En primer lugar, porque el mismo concepto de “América Latina” refiere a los procesos iniciados con el “descubrimiento” del hombre europeo de la época tardo-medieval (en primer lugar, el Reino de Castilla y Aragón y, luego, la corona de Portugal) y la posterior conquista. Los pueblos originarios son las principales víctimas de la “latinoamericanización” de buena parte del continente. Ellos no la solicitaron, no la tenían entre sus planes ni -en su mayoría- la apoyaron, y, al fin al cabo, sufrieron el “fin del mundo” como lo conocían hasta entonces -aunque, vale aclarar, muchos supieron “acomodarse” y hasta sacar provecho de la tragedia-.  En segundo lugar, si es caprichoso y artificial de hablar de “América Latina” desde 1942 en adelante, mucho más lo es para la época llamada convencionalmente “Precolombina” y constituye, además, un craso error de “presentismo”, propio de una concepción esencialista totalmente ahistórica. 

Uno de los primeros grandes mitos que debe superar una historia científica es superar el indigenismo falaz de los ocupadores modernos, el hombre blanco (aunque mestizado con la sangre de los pueblos originarios) es parte de del pueblo invasor. Esto no quita que se pueda hacer crítica de lo que hicieron las generaciones anteriores de europeos y criollos, y hasta se quiera reivindicar a los antiguos pobladores de la región, pero no podemos hacerlo sin tener en cuenta de que justamente sobre esa expropiación y ese genocidio erigimos nuestras actuales identidades nacionales o latinoamericanistas, que no tienen nada que ver con las de los pueblos genuinamente americanos, cuya historia culminó trágicamente justo con el inicio de la nuestra -o, en todo caso, continúa desde ese momento en más, como la historia de su sometimiento y destrucción física y cultural progresiva-.  

El hombre entró por primera vez en el continente americano por el estrecho de Bering, quizá ya en el año 35.000 aC. Hay algunos indicios de posible presencia humana en lo que actualmente es México ya en el año 20.000 aC., pero entre los vestigios humanos seguros, los más antiguos -por ejemplo, en Texepan, al noroeste de la Ciudad de México y en Lagóa Santa, en el estado brasileño de Minas Gerais- no datan de antes de 9.000-8.000 aC. La agricultura en Mesoamérica data de alrededor del 5.000 aC., y la producción de alfarería, de alrededor de 2.300 aC. Los indicios más antiguos de sociedades con estructuras políticas y religiosas organizadas se encuentran en los yacimientos olmecas de México, sobre el de La Venta, y la cultura Chavín, distrito de Los Andes en Perú, y ambos datan de antes del año 1.000 aC. En el año 1.500 de nuestra era ya existían estados con economías y sociedades muy estructuradas y religiones muy avanzadas: el Imperio Azteca de México y el Imperio Inca en los Andes Centrales, y, asimismo, un decadente Imperio Maya en la zona de la Península de Yucatán, además de dominios de caciques más o menos sedentarizados y con diverso grado de complejidad en la región del Caribe; y cientos de pueblos nómadas y semi-nómadas en el resto de América del Norte y de América del Sur. 

Fue justamente eso con lo que se topó el europeo occidental tardo-medieval cuando la expedición del genovés Cristóbal Colón -con el mecenazgo de la reina de Castilla- se encontró literalmente sin querer con el continente americano el 12 de octubre de 1492 mientras buscaba una ruta alternativa al Lejano Oriente a través del inexplorado Mar Océano. Antes de Colón, los Vikingos fueron los primeros europeos en llegar a América, a la que llamaron "Vinland", estableciendo al menos un poblado en la isla de Terranova (Canadá), en L'Anse aux Meadows. Hay teorías y leyedas sobre otros "descubrimientos" anteriores y posteriores al de la costa este (o de la oeste por los chinos), pero ninguno de estos ha sido probado con evidencia firme, ni causaron repercusión histórica duradera para los americanos o para los pueblos invasores.     

Justamente sobre "La tragedia de la colonización" tratará el próximo episodio de la serie que hoy damos inicio. 





© carlitosber.blogspot.com.ar, Mayo 2 MMXVI
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